La familia causa más muertos que la mafia
La violencia contra las mujeres no es un problema exclusivo de los pobres, ni de Amèrica latina
Por Sandra Cesilini
Hay que pulverizar dos mitos de nuestra sociedad que generan una gran barrera para comprender la violencia machista.
El primer mito es que la violencia de género es un problema de los pobres, de las zonas marginales de la ciudad y del campo que crearían condiciones especiales de cultivo de prácticas violentas.
Un segundo mito es que el conocimiento académico y el nivel cultural son un antídoto suficiente contra la posesividad y el desprecio al cuerpo de las mujeres y su autonomía.
Los casos notorios de los últimos años sobre los crímenes contra las mujeres muestran que entre los agresores y homicidas hay hombres ricos y famosos, poderosos que suelen usar la riqueza, la fama u otros recursos como el prestigio y la imagen pública frente a su círculo social para controlarlas y silenciarlas.
Casos emblemáticos muestran cuán errados son estos mitos, nos despliegan un relato de mujeres consideradas menos aún que un objeto preciado por círculos familiares oscuros, que manipulan las vidas de estas mujeres hasta el crimen, en muchos casos con situaciones de acoso previas y, en otros, con frías tramas elucubradas.
El asesinato de María Marta García Belsunce, el de la mujer del dueño de Pinar de Rocha, el de Wanda Taddei esposa del líder de Callejeros, el de la maestra mandada a matar por su marido empresario en un basural, Norita Dalmasso (NE: femicidios famosos en Argentina) y otros tantos nos hace preguntar si un asesinato de clase alta -con cómplices de clase baja o sin ellos- puede explicarse si no es a partir de una concepción de la mujer como un apéndice del hombre.
"La familia ha producido más muertos que la mafia" dice una especialista italiana para ilustrar los secretos familiares guardados bajo siete llaves y la transmisión de pautas de sumisión.
El mismo fenómeno también puede visualizarse en sociedades ricas. Informes oficiales de la Unión Europea señalan entre los problemas más graves que sufren las mujeres en ese continente está la violencia: una de cada cuatro europeas ha sido víctima de malos tratos y, al menos un diez por ciento ha sufrido algún tipo de agresión sexual.
Esto también tiene consecuencias en las niñas y niños, porque se ven afectados emocionalmente al ser testigos de la violencia contra sus madres, pero también porque los niños tienden a reproducir la violencia que presenciaron, tanto pasiva como activamente cuando llegan a adultos.
El estado tiene una obligación de salvaguarda de las mujeres agredidas, independientemente de su estrato social, y también de las generaciones futuras. Por ello, se deben crear y fortalecer centros antiviolencia, grupos de autoayuda de mujeres, líneas telefónicas gratuitas y observatorios, así como la inclusión de temas de acoso en la legislación y la asistencia integral de las víctimas.
La autora, Sandra
Cesilini, es politologa, especialista en desarrollo social y profesora de la Universidad Nacional de San Martín.
Fuente: Diario
Clarin, www.clarin.com
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