Los
pactos de convivencia con los narcotraficantes
Las bandas
de narcotraficantes "protegen" a docentes de las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires
Un increíble "pacto de convivencia" en el sur de la ciudad de
Buenos Aires: los maestros no los denuncian y los "soldados" narcos
"contienen" a la delincuencia común.
El episodio significó la mejor metáfora de un pacto tácito entre dos
mundos antagónicos: hace un tiempo, el director de una de las escuelas del
barrio de Bajo Flores – las más peligrosas de la Ciudad - fue
sorprendido en la puerta del establecimiento por un chico que
intentaba robarle, pero antes de que pueda hacerlo, estacionó un
automóvil con cuatro civiles con armas largas. El ladrón entró
en pánico y se dio a la fuga. El auto lo escoltó hasta la esquina y se
perdió dentro de la villa.
Estupefacto y sin entender la escena, el director fue a hacer la
denuncia a la comisaría de la zona y la respuesta fue aún más
inesperada. Cuatro “soldados” de una banda narco de la "Villa Miseria"
1.11.14 –el barrio marginal que más crece– lo habían salvado de un
asalto.
Fue el comienzo de una relación inusual, aún incipiente, pero que
crece: los dueños de las cocinas de droga más estructuradas y
organizadas de la Ciudad comienzan a cuidar a los maestros de sus
hijos con su poder parapolicial.
“Los docentes lo empiezan a vivir como una sana convivencia, se
sienten más protegidos por las brigadas narco que por la comisaría”,
analiza uno de los funcionarios de seguridad del Gobierno que
más conoce el Bajo Flores, preocupado por el explícito reemplazo de la
Policía Federal por parte de los comandantes narco, que paulatinamente
toman el control de la zona.
Aquellos que tejen las políticas de seguridad de la ciudad comparan lo que
sucede en el barrio con el fenómeno brasilero de favelización. A
medida que avanza su poder territorial, por una cuestión natural, los
narcotraficantes comienzan a reemplazar al Estado.
Manejan la zona, crean economías paralelas, toman las decisiones y
también ofrecen “seguridad” a cambio de evitar conflictos y nuevas
denuncias.
Un funcionario aclaró: “Hemos
mantenido reuniones con los maestros y los vecinos y sabemos que hay
una problemática de ese tipo, por eso estamos trabajando para
solucionarlo”.
En las escuelas y jardines de infantes que rodean la "Villa Miseria"
1.11.14, estudian principalmente niños de ese barrio porque las familias
con más recursos de los barrios lindantes, mandan a sus
hijos a colegios menos conflictivos.
Entonces, la mayoría de los educadores de esas escuelas aprenden a
convivir con chicos con otro tipo de problemas. Una maestra (que, por
miedo, pidió no ser nombrada) recordó que hace poco tuvo
inconvenientes con un alumno, que con lo ojos inundados de lágrimas le
confió que había perdido “una entrega” que le había dado su padre y
que eso le iba a traer serios problemas. Esa “entrega” era droga y el
chico era usado como mula para comercializarla. Y no es el único.
“Quieren que no haya problemas en la zona, que los maestros no se
quejen de los delitos, porque eso atrae a las fuerzas de seguridad y
terminan perdiendo, entonces comienzan a ofrecerles protección”,
confirma otro funcionario porteño.
Otro maestro, que tampoco quiso dar su nombre por temor a represalias,
fue claro: “A pesar de que la Policía Federal no aparece por aquí,
los que manejan la
zona (narcotraficantes) nos respetan, no se meten con nosotros y sabemos que nos
cuidan porque sus hijos estudian en esta escuela”.
El problema de fondo es el crecimiento estructural de la delincuencia
en la zona y el avance de los chicos que, totalmente perdidos por el
paco, atacan a los maestros. Les roban antes de entrar al colegio
y hasta les han pegado a varias maestras. Algunos,
incluso, regresan al otro día de robar y piden perdón tras reconocer
que estaban cegados por los efectos de la pasta base o excitados por
el consumo de cocaína.
El propio jefe de la Policía Metropolitana, Eugenio Burzaco, reconoce
que “el avance narco es cada día más grande y preocupante en el Bajo
Flores”. Por eso, y tras reiterados pedidos de los docentes, tuvieron
que acercar varias combis de la Policía comunal para que los
transporten desde la peligrosa salida escolar hasta alguna terminal de
subte o colectivo.
Hace un par de meses, un oficial de seguridad privada de un jardín
cercano a la villa fue asaltado antes de llegar a su trabajo, le
robaron el arma, menos de cien pesos y se fueron caminando. A los
pocos días, los vio en la puerta del colegio, con total impunidad,
fumando paco a pocos metros un jardín de infantes.
Un legislador se preocupó: “Estamos tratando de que los
jóvenes no sean cooptados por los sectores narco. Hay que darles
oportunidades de inserción social”, pidió.
“Los niños que vienen a estas escuelas son más peligrosos, amenazan a las maestras con que va a venir su papá y les va
a pegar un tiro y ellas se asustan”, comparte una maestra que hace una
semana tuvo que llamar al 911 seis veces en el mismo día por la
inseguridad.
En el barrio todos coinciden en que el problema creció cuando se
replegó la Policía Federal, lo que la publicación pudo comprobar cuando, en una
recorrida, no pudo distinguir ni un sólo policía.
Fuente:
Diario Perfil, www.perfil.com .
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